La paz sobre la Tierra empieza en el vientre de la madre.
Un niño es una persona con todas las posibilidades por desplegar, que podrá ser todo lo que quiera. Si los adultos no lo impiden.
Machacamos a nuestros hijos , les inyectamos complejos de inferioridad, les traspasamos neuras, les cortamos alas, segamos sus talentos, les impedimos desplegar todas sus posibilidades. No creo que educar sea eso. Educar es guiar, es formar sin castrar las potencias del niño.
No hay que dejarlo a su aire, contención, pero no represión. Hay que fomentar en el niño su autorregulación: que aprenda a regular sus acciones en cada fase.
Las paredes del vientre materno son un cálido límite para el embrión. Los brazos paternos que le mecen son para el bebé un amoroso límite... Por tanto, hay contenciones, ¡pero con afecto y calidez y ánimo formativo!
¿Quién no ha abroncado a su hijo sólo porque en ese momento se sentía irritado, malhumorado? Nos vengamos en ellos de nuestros malos rollos, los humillamos, ¡y hasta llegamos a insultarlos! ¡los adultos somos muy cobardes! Lo que no osaríamos decirle o hacerle a un adulto en la calle o en el trabajo, ¡se lo decimos o hacemos a nuestros niños! Los hogares albergan las mayores violencias consentidas. Y la consecuencia es que fraguamos niños más inseguros, que no se valorarán, que tenderán a maltratarse o maltratar, a ser agresivos...
¿Cómo evitar eso? Con conciencia: ayudarlos a autorregularse, evitando fustigarlos con nuestros brotes de rabia y fragilidades. Todo lo que hagamos o digamos debe tener propósito educativo. Pero claro, como es más fácil conducir a un niño reprimido que a un niño sano y libre... ¡tendemos a modelar a niños reprimidos!
Para modeloar a un niño sano nada mejor que la vacuna que la neurociencia nos confirma: cariño, afecto, amor. El afecto estimula la sinapsis, las interconexiones entre neuronas.
De 0 a 1 año se establece en el cerebro humano el mayor número de interconexiones neuronales de toda su vida. Y se ha constatado que el amor de los padres y cuidadores, el cariño, el afecto expresado en caricias, besos, cosquillas, abrazos, pedorretas, achuchones... ¡fomenta las sinapsis, multiplica las redes neuronales!
O sea, que ese cerebro será más rico.Tendrá mejores cimientos sobre los que levantar ulteriores capacidades. Haber sido mecido, acunado, besado, acariciado, amado, respetado... ¡te hará más inteligente! A más amor recibido, más inteligencia futura. Hay que tratar al niño con respeto es decir, tratarlo según lo que pueda esperarse de él en cada franja de edad.
Un ejemplo:
De los 1,5 a los tres años, el neocórtex infantil es incapaz de procesar más de dos o tres prohibiciones. Si dirigimos 30 ¡noes! al niño... nos parecerá que nos desobedece 27 veces. ¡Y no es eso! Si no que no es capaz de grabar las órdenes. Y que decirnos ellos no es un primer paso de su autonomía personal, de perfilar su identidad: es, pues, algo saludable.
A partir de los 3,5 o cuatro años graban bien cualquier orden. Entonces sí hay que estar vigilante para evitar filiarcados.
- Hay patriarcado (hegemonía del padre), matriarcado (de la madre) y filiarcado (del hijo): ¡busquemos mejor la heterarquía, es decir, que cada cual tenga un lugar!
Seremos cada día más conscientes de la importancia de las primeras edades de la vida... o estaremos jugándonos el futuro de la humanidad. Nunca antes supimos tanto sobre la infancia: ¡si lo aplicamos, daremos lugar a la única gran revolución de verdad!
Evânia Reichert, psicoterapeuta familiar
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